Los dos mercaderes y el tarro de aceitunas - Presentado por Lau H.

La lectura que realicé se titula “los dos mercaderes y el tarro de aceitunas”, es una historia muy interesante, espero que el siguiente resumen sea de su agrado: Un comerciante de nombre Alí Cogía, que vivía en Bagdad, un lugar de Irak ya había llegado a la mayoría de edad, estaba tan centrado en sus negocios que no había realizado un viaje a la Meca, que es un lugar a donde deben asistir al menos una vez en la vida todos los buenos musulmanes. Durante varias noches apareció en sus sueños un anciano quien lo reprendía por no haber realizado dicho viaje, así que temeroso se decidió a ir. Pero luego de ordenar todas sus pertenencias se dio cuenta de que le sobraban mil monedas de oro, pero no tenía un lugar seguro para guardarlas, así que las metió en una jarra y encima las cubrió con aceitunas. Luego las llevo con un amigo suyo, que al igual que él era un comerciante a quien le contó que planeaba realizar el viaje a la Meca y que necesitaba que le guardara esa jarra con aceitunas. El comerciante aceptó guardarlas, incluso le dió las llaves de su almacén para que las guardara donde él quisiera, asiéndole la promesa de que nadie las tocaría. En su viaje a la Meca llevó algunos objetos para comercializa. Llegó a su destino muy feliz y luego de visitar el famoso museo musulmán se dispuso a comerciar, y mientras lo hacía escuchó varios comentarios como el siguiente: “si este comerciante vendiera estos objetos en el Cairo de seguro que triplicaría sus ganancias”. Esto lo motivó a viajar por varios pises como Persia, Egipto, etc. Su recorrido duró siete años. Al llegar a Bagdad fue a casa de su amigo por su jarra, el comerciante felicitó a Alí por su regreso y le dio la llave de su almacén para que fuera por su jarra. Cuando Alí llegó a su casa vació la jarra y se dio cuenta de que no estaban sus monedas. Lo que había pasado era que unos meses antes de que Alí regresara, una noche mientras cenaba el comerciante a su esposa se le antojaron las aceitunas y él le ofreció las que Alí le había encargado, y aunque su esposa insistió que no comiera, el fue al almacén y cuando abrió la jarra se dio cuenta de que estaban podridas, y decidió buscar más al fondo con la esperanza de que las aceitunas del fondo estuvieran mejor pero se dio cuenta de las mil monedas de oro que Alí había escondido. Así que al día siguiente fue a comprar aceitunas para reemplazar las monedas. Alí fue a hablar con el comerciante ladrón, quien negó haber tomado las monedas, y estaba dispuesto a jurarlo ante la justicia. Así que ambos se presentaron ante el tribunal del cadi, quien declaró inocente al comerciante. Pero Alí no se rindió y escribió una carta con lo sucedido al califa, quien solía leer después de ir a orar a la mezquita. Después de leer el califa se disfrazaba y bajaba al pueblo acompañado del visir. La noticia de Alí se extendió por todo el país. Una noche cuando el califa y el visir bajaron al pueblo vieron a un grupo de niños que jugaban representando lo sucedido con Alí. El niño que representaba al cadi pidió ver la jarra con aceitunas, otro niño agarró una cubeta y la lleno de piedritas para representarlo. Después el niño que representaba al cadi fingió que comía las “aceitunas” diciendo que estaban muy frescas, que no era posible que las aceitunas duraran más de dos años sin podrirse, así que declaro culpable al niño que representaba al comerciante ladrón. El califa se sorprendió de cómo un niño había podido resolver el problema, así que al día siguiente mandó que llevaran a ese niño a su palacio para que relazara el verdadero juicio. Lo realizó igual que la noche anterior como cuando jugaba con los otros niños; mando traer la jarra con aceitunas que al probarlas estaban muy frescas, mando traer dos aceituneros quienes confirmaron que las aceitunas no pueden durar más de dos años sin podrirse, así que castigaron al comerciante ladrón y Alí recupero sus mil monedas de oro, de las cuales le dio cien al niño

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